51°12′32.076″N 3°13′30.972″E
Llegamos a Brujas con la lluvia persiguiéndonos los talones. Fue bajar del tren y el cielo explotó de tal manera que considerar ir andando desde la estación al centro, que está relativamente cerca, quedó descartado. Sólo teníamos dos días para estar allí y habíamos reservado una noche en uno de los hostels que se encontraba justo en la otra punta de la ciudad (Snuffel Backpacker hostels, la noche sale por unos 13 euros en habitación de 14).
Por primera vez de todos los viajes que habíamos realizado, decidimos no comprar un mapa. Era una ciudad pequeña, por lo que no había motivos para perdernos. Allí entenderse con la gente era muy fácil, ya que la gran mayoría hablan inglés y muchos de los jóvenes estudian español en la escuela.
Siguiendo nuestro instinto, que hasta ahora nunca nos había fallado, nos montamos en un autobús rumbo al centro. Sin embargo, ninguna de las dos quiso mirar hacia donde iba aquella línea, así que no era de extrañar que acabáramos en un polígono industrial, tirando de las maletas, caladas hasta los huesos y con el mal humor haciendo de las suyas.
Brujas me recordó a Salamanca. Una ciudad medieval pequeña, donde cada edificio seguía la arquitectura de la ciudad, era monumental y con muchos jóvenes, a pesar de no contar con tantas zonas de fiesta como la capital charra, ya que encontrar la zona de marcha nos resultó una búsqueda complicada si no fuera por un belga que allí conocimos y que nos sirvió de guía durante aquellos dos días.
Las calles que comunicaban estas plazas están llenas de chocolaterías, típicas del país, y de tiendas de encajes. No era una ciudad muy alegre. Igual esa era la sensación que causaba su escasa iluminación, o que la lluvia no invitaba mucho a recorrer sus calles. Brujas estaba apagada, a pesar de las luces de colores que decoraban cada edificio de la ciudad por acercarse la Navidad.
Lo que si nos sorprendió fue la cantidad de tiendas de ropa que había. Las calles estaban repletas de comercios, por lo que fue extraño que nos costara tanto encontrar una cafetería o pub donde parar a secarnos los pies.
Visitarla de día era completamente diferente. A la mañana siguiente salió el sol y la ciudad parecía mucho más alegre. Nos acercamos hasta la plaza Van Eyck, lugar en donde se encuentra la estatua del pintor de “El matrimonio de Arnolfini”, uno de mis cuadros favoritos y que se encuentra en la National Gallery de Londres.
Un lugar que no se puede dejar de visitar es el Den Dyver, uno de los canales más pintorescos y, en cuya orilla hay mercados y terrazas para hacer un descanso. Desde luego las vistas desde allí son impresionantes.
Existen viajes en barco por los canales, los tours también los hay en español. Si decides realizar uno de estos, pasarás por delante de la Casa Española, que está donde el puente de San Nepomuceno, nombre de un arzobispo que se negó a confesar los secretos de la reina y que fue ahogado en ese mismo canal, según cuenta la leyenda.
Existe también un lago del amor, muy romántico si viajas con tu pareja. Nosotras no tuvimos tiempo y al final no nos acercamos hasta allí. Sin embargo, un chico belga que conocimos en el hostel nos contó que aquel lago era famoso por sus cisnes y la leyenda de éstos. Según ésta, los cisnes que se convirtieron en icono de Bujas fueron traídos por Maximiliano de Austria para castigar a los habitantes, que en aquella época habían dado muerte a su gobernador Pieter Lanckhais, llamado cuello largo, por lo que la imagen de un cisne lo recordaría por siempre.