Hablar de Camden Town me emociona, y ya no sólo por todas aquellas tardes de invierno esperando a que diesen las seis de la tarde para que los puestos de comida china te ofreciesen un pupurrí de sus sobras por sólo 1 pound, no, no es sólo eso. Sino que, creo que no hay una parte más auténtica, más entrañable que la esencia que aún conservan muchos de los pubs de la zona. Aquí, fuera del turístico Market, y de su tumultosa High Street, aún hay rincones en donde los ingleses se sientan durante horas a ingerir una pinta tras de otra y en donde, los famosos Britpop Years parecen no haberse consumido.
Los acordes de un Wonderwall siguen sonando mientras, yo me pregunto, si debería o no hablar del lugar que ha hecho que, cada visita a Camden, haya sido tan especial. Para muchos no tendrá importancia, un pub más. Sin embargo, es de esos pocos sitios que aún no ha sido invadido por el turismo, ya que cruzar la puerta y mezclarse entre los oriundos es una de las sensaciones más increíbles que se puede vivir en este barrio inglés tan variopinto. Me acuerdo perfectamente de la primera tarde que fuimos a caer en él, porque hubo más, muchas más. Llovía, ya habíamos ingerido nuestro típico menú chino de un pound y nos disponíamos a calmar la sed con una pinta rubía en algún pub de alrededor.
La primera sensación fue estar metiéndonos en la boca del lobo, y no porque los vernáculos se girasen para ver como cuatro foráneos ocupaban sus sillas y bebían de sus vasos. No, puede que ellos no se hubieran dado ni cuenta. A excepción de Jack Sparrow, que deseoso de ser observado, intentaba llamar nuestra atención con la mirada, consiguiéndolo al momento. Sino porque la clientela del pub, en un primer vistazo, daba miedo. El pub, muy diferente al resto que alberga la capital inglesa, muchos de ellos minuciosamente decorados para el turismo, mostraba el explendor de un barrio que parece no tener excepciones. En sus paredes, aún cuelgan caricaturas de personajes que fueron clientes asiduos en otra época, aunque a veces, en raras ocasiones, aún se les puede ver por allí. Amy Winehouse y Pete Doherty, entre otros.
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También cuenta con máquina de canciones, de esas que ya no se dejan ver más que en algunos pubs ingleses. Por unos 20 o 40 centímos de libra, no estoy muy segura del precio, tienes tres canciones a tu gusto. El repertorio es bastante variado, aunque sin salirse con la estética del lugar. The Good Mixer ¡vaya, se me ha escapado! es una gran familia de ingleses que acuden allí de forma solitaria pero que, tras cruzar la puerta, ya están entre conocidos. Los extraños empezamos a ser nosotros, con nuestra vestimenta convencional y el saber estar. Rompemos la armonía de la sala, siempre muy iluminada para aquellos que se tiran horas jugando al billar. Es fácil interactuar. Basta una pinta de más y una buena sonrisa, pues conocer la procedencia de cada uno de ellos es una lección de historia. Quizá los Britpop Years son algo ya olvidado, aunque para los que venimos de fuera, nunca estuvios tan cerca de ellos.
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Deseando ir a conocerlo,bonito relato, gracias !!